Próximo encuentro literario con
Pablo Guerrero el día
22 de abril a las
19:30 en la
librería Hydria (en la Plaza de la fuente).
Y el día 23 Pablo Guerrero en Santa Marta deTormes, con la Asociación Tierno Galván.
Reconocido cantautor, tanto sus obras musicales como poéticas han tenido gran repercusión y obtenido el reconocimiento del público y la crítica. Muchos de sus discos están relacionados con la literatura de su época, ya que Pablo Guerrero ha musicalizado muchos poemas de poetas coetáneos.
LP: 1972: A cántaros (Acción); 1975: Pablo Guerrero en el Olympia; 1976: Porque amamos el fuego; 1978: A tapar la calle; 1985: Los momentos del agua; 1988: El hombre que vendió el desierto ; 1992: Toda la vida es ahora; 1995: Alas, alas (BMG Ariola)1999: Los dioses hablan por boca de los vecinos; 2000: Sueños sencillos; 2005: Plata; 2009: Luz de Tierra; 2013: Lobos sin dueño (Antología personal 40 años de a Cántaros)
LIBROS: 1999:
Los dioses hablan por boca de los vecinos (Cicón); 1999:
Donde las flores se convierten en agua (Badajoz) - con fotografías de
Antonio Covarsí; 2002:
Tiempo que espera (Colección Vincapervinca) - con fotografías de Antonio Covarsí; 2003:
Los rastros esparcidos (Ellago); 2004:
Pablo Guerrero, un poeta que canta (Verbum); 2006:
Viviendo siglos (Ellago) - dibujos de
Antonio Sosa; 2007:
Escrito en una piedra (Visor); 2010:
Los cielos tan solos (Maia) - prólogo e ilustraciones de
Miguel Copón; 2012:
¿No son copos de nieve? (Maia) - prólogo de
José Ignacio Eguizábal e ilustraciones de
Miguel Copón; 2014:
Sin ruido de palabras (Maia) (Ilustraciones de Ignacio Caballo).
Cuerdas de luz
Te miro y me veo en ti, laguna humana de luz:
tus dos ojos, las puertas a todo lo que me asombra.
He excavado en los oasis de las raíces azules:
palmeras, fagot del aire, tus labios, mis resonancias.
Me entregas lo que el sol te dora. La belleza del tiempo
prende el mágico estallido de los cantos quebrados.
Encuentro, cuando me buscas, cuerdas mínimas de luz:
corazón de la materia, los tilos florecidos,
campo imantado de nieve en las cintas de sus ramas.
(Y no me siento, mar, desterrado del mar:
se aposentó un paraíso en mis ojos cerrados.)
Entre llamaradas rojas de la duración de Egipto
fuimos el estremecimiento del valle de la espada
que jamás puede herirse.
(Me he abierto a las estrellas y sostengo su fiebre:
un trayecto de estambres, oro blanco fundido,
clarear que no termina.)
Descendimientos
Caen las hojas del hayedo
sobre la delgada faz de la luz desprendida.
Cae la hora del agua
sobre el águila que advierte la profundidad del río,
sobre caballos salvajes
que traen las tardes veloces.
Caen los oleajes verdes de los mares vividos,
las noticias cantadas de la buena nueva,
las ondas de las crines sobre los cereales
y el color oferente de los astros.
Cae el festín de la paz.
Cae el silencio que resguarda
con antorchas encendidas
y nos ofrece el siempre apacible de unos pétalos.
Caen los brillos del diamante
sobre el ojo que abarca lo que abarca la lluvia.
Las miradas no enturbian. Se empapan de lo que cae.
Y únicamente tiritan si tirita la luz.
El corazón del nómada
Pulsar de las estrellas, un rubí desvelado:
el corazón del nómada da alcance
a los mastines del tiempo,
a las gacelas de estaño tras las edades del sol,
tras mi extraña eternidad cuando entro en la piedra.
(Visión de sueños recientes, templos en la madrugada,
lamparillas de aceite: luz en mar, Alejandría.)
(Oreáis cebada verde, higuerales de la noche,
fruto de miel silvestre, comprende lo que perdura.)
(Siembra abono en mi silencio, entrégame la plata,
dones de la porcelana mineral de la arena.)
Yo creo en los umbrales que dentro de mí dormitan:
dejadme que pueda atar las palmeras a los astros.
Desde todos nosotros. Desde, al ocaso, la bruma.
Iconos coptos
Ángeles, cifrado idioma, la lluvia cristalizada,
el sol que enciende, de otros espacios, la luz:
suelo ver epifanías, iconos con mares rojos
en manos que vuelven llenas.
(Canta la hoguera del aire, la brisa de la consciencia,
la memoria recupera la desnudez de la nieve:
solamente ante ti, sin los portones del miedo.)
Porque a la edad de la tierra la respetan las palabras:
fondos de añiles y oros antes no contemplados
y monjes que caminan con la obstinación de un sol
que a cada instante amanece.
(Las emociones afloran, desvisten mi sufrimiento:
el rio no miente en Suez, me reclama sus estrellas.)
Jarra cairota
Jarra, vientre ancestral, nacido para que los labios besen
la transparencia.
Jarra, pulpa de agua que ha de ser
en tu cuerpo regresado
la piel sin final del aire.
Asa, ala de tórtola dulce, vidrio que acude
hasta la sal de la lengua.
(Quiero verme en tu fondo,
humedales en la sombra,
ciruelo en flores de frescor lacado.)
(Quiero surgir del templo, de la mano que transforma:
sabia mano curtida que entreabre una puerta.)
Ráfagas de la tristeza, ante una jarra rota.
La mirada eterna
Alma. Armonía. Energía sutil.
Vibro en las cuerdas, mi cuerpo
da acogida a la música, el color macerado
de los pinares al caer la mañana
sobre cada intervalo de la umbría desnuda.
Y una sílaba me abraza, savia y sonido
que da paso a la quietud
del movimiento.
Así, se hace transparente el agua,
cromática en las torcas.
Y se hace madera mi voz, la voz ti debida.
La voz abierta y sus corrientes táctiles.
Sitares de la mirada.
Dulce calor de almendras.
Vuelvo a prender lo que fluye, ríos de la vida plena.
Amor. Amor. Constelaciones. Puerto.
Eterna es la mirada que contiene el doce.
Sin nadie en Nubia
Para Enrique Cidoncha
Halcones vigilando la entrada de la tierra.
Arco en tensión disparando a la sombra:
si te retengo huyes, estela azul derramada,
visiones de la esperanza, que iluminan
el llanto de las bestias.
(El templo sin campana, la orfandad de la noria,
la cicatriz abierta de un huerto abandonado.)
(En su umbría descanso: encendidos colores
de la tarde me cubren cuando, vacío, me lleno.)
Después, como los presos, como animal herido
quiero volver a casa: huésped de atardeceres,
sin nadie en Nubia, resplandeciente y pobre.
Vaso. Aire. Mujer
En la raíz de un almendro abandono mi equipaje.
Pies ligeros cuando desviste mis fardos
la gravedad de la tierra.
Oíd: únicamente soy afilador de relámpagos
y me estremecen
las llamaradas de los sonidos más frágiles.
Vaso. Aire. Mujer.
Vientre
Parece ser ajeno a la tristeza extraña,
al pasadizo oscuro de unos ojos desiertos.
Mas dice: el amor acarrea
el verde incandescente que despide la tierra.
No escupas saliva y sangre.
Se amontonan las nubes.
La tarde recobrada me revela sus rastros.
El azafrán prendido, lo fugaz perdurable.
El aljibe cercado por columnas de agua.
Siento un vientre en mi vientre.
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