Mi nombre es Isabel Castaño, nací hace 59 años en Salamanca y, en cuanto pude, me escapé a vivir a la antigua casa de la escuela de Rodasviejas, junto a una madre casi centenaria, mi pareja, mis tres hijas y dos perros. Todos y cada uno de ellos son, para mí, un tesoro.
En nuestra casa hay un mueble fundamental: la mesa camilla, alrededor de la cual nos calentamos, comemos, charlamos, discutimos, estudiamos, cosemos, dibujamos, escribimos, dormitamos, leemos o escogemos lentejas. El resto de la casa no tiene, ni por asomo, tanto poder de convocatoria en común. Y fue aquí, junto a la mesa camilla y sus faldillas que fueron germinando poco a poco cada uno de los tautogramas que dieron como cosecha 22 granos de arroz (Ediciones de Vacas y Castaño, 2012), y partí de las greguerías del maestro Gómez de la Serna para componer Flor de todo lo que queda (Edelvives, 2012). Soy autora también de los libritos de minificción Pájaros viejos y otros náufragos (2006) y de Hilos (2007). También soy coautora, junto a Raúl Vacas, del librito Corte y Confección (2002).
En nuestra casa hay un mueble fundamental: la mesa camilla, alrededor de la cual nos calentamos, comemos, charlamos, discutimos, estudiamos, cosemos, dibujamos, escribimos, dormitamos, leemos o escogemos lentejas. El resto de la casa no tiene, ni por asomo, tanto poder de convocatoria en común. Y fue aquí, junto a la mesa camilla y sus faldillas que fueron germinando poco a poco cada uno de los tautogramas que dieron como cosecha 22 granos de arroz (Ediciones de Vacas y Castaño, 2012), y partí de las greguerías del maestro Gómez de la Serna para componer Flor de todo lo que queda (Edelvives, 2012). Soy autora también de los libritos de minificción Pájaros viejos y otros náufragos (2006) y de Hilos (2007). También soy coautora, junto a Raúl Vacas, del librito Corte y Confección (2002).
A de Animales
II
En el cañón de cada pluma de ave hay alma de vuelo. • La paloma tiene bajo las alas calorcillo y cosquillas de niña. • La garza, con su melena de plumillas a los lados de la cabeza, parece un violinista que se pasea con el violín bajo el brazo. • El águila amenaza desde el cielo a la tierra como el arco tenso con la flecha preparada. • El pájaro que come mariposas siente que vuela más ligero. • El ruiseñor… No, del ruiseñor no se puede ni se debe decir nada. • No olvidéis que el ruiseñor, para que cante bien, necesita comer corazón.
(Flor de todo lo que queda / Greguerías de Gómez de la Serna / Selección y tratamiento de las greguerías, de Isabel Castaño. Ilustraciones, de Pablo Amargo. Prólogo, de Raúl Vacas. Editado por Edelvives, Colección Adarga)
Las criadas marinas
Antiguamente, la captura de las criadas marinas se hacía habilitando molinos de viento como señuelo. Para ello se tendían en sus aspas redes bordadas con alga verde y cristalitos de mica. Dado que eran cortas de vista confundían los molinos con los faros del mar, la mica con las escamas y las redes con guirnaldas de bienvenida.
Las que venían del sur tenían la piel y las pestañas cubiertas de sal, la risa floja y el genio enrabietado y pasajero. Contraindicadas donde hubiera niños rebeldes y contumaces, era bueno hacerse con ellas en caso de enclenques y paliduchos porque bordaban los huevos con puntillas y le daban un punto especial a las patatas.
Las norteñas, apreciadas por su rectitud, eran más góticas, con el pico de aguja y manos con tacto de madera sin desbastar. Poco proclives a los arrumacos y ternuras, conseguían sin embargo buenos resultados con los niños tardíos y tropezones en el hablar, a los que engatusaban con su lenguaje extraño y como de pájaro.
Prisioneras desde hace décadas, unas y otras habitan las cocinas modernas y, aunque desocupadas y relegadas al olvido, se las ingenian para no perder la memoria que las oriente de nuevo hasta el mar; y para recordar el cielo, se asoman a los restos del té que toman las señoras y contemplan las nubes de leche que flotan en la superficie; y si lo que añoran es el agua, convierten en batiscafo los saleros.
Prisioneras desde hace décadas, unas y otras habitan las cocinas modernas y, aunque desocupadas y relegadas al olvido, se las ingenian para no perder la memoria que las oriente de nuevo hasta el mar; y para recordar el cielo, se asoman a los restos del té que toman las señoras y contemplan las nubes de leche que flotan en la superficie; y si lo que añoran es el agua, convierten en batiscafo los saleros.
Y de entre todos los días, prefieren aquél en que sus dueños cenan pescado. Esa noche perfuman su cuerpo con la grasa de los platos y ensartan escamas en las espinas para contar los días que llevan de servidumbre, pero cuando consiguen la espina más aguzada y curva la esconden bajo el jergón. Y sueñan que pronto la utilizarán como puñal y ganzúa.
(Manual doméstico, de Isabel Castaño. Ediciones de Vacas y Castaño. Ilustración, de Elena Náyade)
Ofelia
Nunca la noche estuvo tan hermosa como cuando la tísica flotó, aguas abajo, escoltada por un banco de sardinillas que jugaban a pasar entre sus dientes tan blancos; con los cabellos enredados de algas y lotos y los brazos extendidos como alas.
Sin embargo, el forense indicó a los guardias que impidieran a la gente acercarse por miedo a que la muerte les contagiara su estética; o, en las noches venideras, se las pasaría levantando cadáveres en un pueblo tan impresionable.
(Pájaros viejos y otros náufragos, de Isabel Castaño. / Ediciones de Vacas y Castaño. Ilustración, de Thomas Rowlandson.)
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