ENCUENTROS Y PALABRAS 2015
María Ángeles Pérez López
Tal como decía Julio Cortázar de Rayuela, a su modo este libro es muchos libros. Al menos, dos libros.
Uno de ellos es un registro, emocionante, de una parte significativa de la
actividad literaria en la ciudad (una ciudad que aspira a ser declarada por la UNESCO
Ciudad de la literatura, porque literatura y urbe están plenamente imbricadas en ella, del
Lazarillo de Tormes a San Juan, Torres Villarroel, Unamuno o Aníbal Núñez).
El otro es una antología de voces e imágenes de gran interés, marcadas por la
pluralidad de generaciones y tendencias, por su ámbito internacional y su carácter
multidisciplinar, de modo que el resultado es un mosaico extraordinariamente sugerente
que respira en la portada de Juan Sebastián González y en las imágenes de Luciano
Díaz-Castilla, comenzando con el pájaro a su vuelo de la p. 15 hasta la que nos mira de
espaldas en la última página (p. 107). Así, la sección “Encuentros” da cuenta de los
versos del chileno Óscar Hahn, una de las voces más destacadas de la pujante poesía
chilena; de la intensa declaración de amor a la vida en los textos del guipuzcoano Kepa
Murua; de la fascinación por el cinematógrafo y la creación de un mundo poético
singular en la canaria Sonia Betancort; de la defensa de una poética comprometida en el
sevillano de nacimiento, pero madrileño de adopción Antonio Capilla, cuyos versos
quieren ser un misil certero que estalla en las conciencias, en la línea de aquel poema
que no se deseaba a sí mismo un lujo cultural que admirarían los neutrales del que habló
Gabriel Celaya; de la capacidad metamórfica y vividísima de los poemas del palentino
Javier Pinar, que recogen la certidumbre de las lentejas en el fuego y la pasión por lo
minúsculo, lo sencillo, lo cotidiano, lo que salva sin embargo el peso de las cosas; de los
versos de Raúl Vacas, una de las voces más juguetonas, comprometidas y atentas a lo
poético que conocemos, con su notable dominio del ritmo y su vuelo hacia la sorpresa y
la cercanía; de los fructíferos caminos de ida y vuelta del poema a la prosa y de esta al
poema en Fernando Díaz San Miguel, quien recupera para este libro un texto
letraherido de sus Poemas menores (“Reunión en Cambridge”) y un inédito de sus
Poemas mayores; la prosa quijotesca e imprescindible de Reynaldo Lugo (“Indicación del caballero de la Triste Figura”) o las voces de personas que han sido relevantes en la cultura de la ciudad, y la han ido construyendo, como Luis Frayle Delgado; el dominio
teatral de Roberto García Encinas, destacado director, autor teatral y actor, quien brinda
una piecita deliciosamente mordaz acerca de lo difícil que es aquello de que pasen
veinte años por el amor y este permanezca inmune; la atención cuidada y transida de
ironía de Isabel Castaño a los “trastos viejos” (los ancianos a los que come la vejez y
que terminan comiendo soledad) y los “mitos jóvenes” (si se me permite el juego de
palabras, como Ofelia o las sirenas, esas criadas marinas tan prodigiosas del texto
igualmente titulado); y desde luego, el encuentro con Luis Eduardo Aute, ese nombre en
el que cabe todo: la pintura, la música, los poemigas, los versos en los que calambures y
paranomasias permitan constatar su enorme talento creativo…
Y en la segunda sección, las palabras. Porque PENTADRAMA son creadores
que comparten ciudad y tiempo pero tienen personalidad propia y propuestas muy
distintas entre sí. Entre sus inquietudes se cuelan algunas de esas palabras que
necesitamos para respirar literatura en esta ciudad, también ella, letraherida.
Así, la umbría en la que se asfixia el yo poético de Arantxa Agudo; el idioma
que es patria y matria en Agustín Sequeros, quien conoce bien esas transiciones del
lenguaje en tanto útero aterido por su destacada labor como traductor; los sonetos de
Gabriel Cruz Calvo; la indagación en los caminos de lo lúdico y lo profundo en
Fernando de Castro, con sus haikus para el color naranja; la ironía sabrosísima de los
relatos de Ajo Diz; la delicada y sutil mirada poética de Elena Díaz Santana (ese ojo de
la fotógrafa poeta, en su imantado temblor siempre presente); la defensa de los pájaros y
los versos en Chema García; los poemas de Ojal para la magia y Silente de Sofía
Montero; María del Carmen Prada atenta a lo que ocurre en el mundo con espanto y con
lucidez; y la inmensa capacidad para hacer suyo el dolor ajeno de Montserrat Villar.
Si hay, en este libro, al menos dos, el lector encontrará alguna de las palabras
que más necesita entre sus páginas. Le animo a sumergirse en él y conversar despacio
con ellas.
Enhorabuena, una vez más, PENTADRAMA.
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