Una amplia muestra de su poesía ha sido recogida en Otrora. Antología poética 1988-2014) (2014), con selección y prólogo del poeta, crítico y traductor Eduardo Moga.
Ha colaborado en revistas especializadas como El Maquinista de la Generación, Turia, Cuadernos del Matemático o Quimera, y en ediciones especiales y catálogos con los artistas plásticos Rafael Carralero, Juan Carlos Mestre, Javier Roz y Javier Alcaíns.
GREYFRIARS
Bobby murió
el 14 de enero de 1872, a los 16 años.
[Edimburgo: 19-8-2011: 21:43: hora a la que se pone
el sol]
La muerte es un carcelero
azul, un instante feliz sobre la hierba, el crepúsculo
del sábado.
La luz se descuelga
madura por los hilos de la tarde. En este lugar la vida no
ladra ante la muerte.
Aguarda fiel junto a su amo, junto a la brújula
líquida de los días
que se decanta como el
trinar de los pájaros,
como un ladrido sereno.
La muerte habita este
lugar, te acaricia, te lame. Es un animal doméstico.
Este jardín tiene
árboles, huesos, estancias bajo la tierra, panteones, salas para
tomar el té,
tiene ojos que soñaron.
Incluso una cárcel
prohibida, un guardián infame apodado el
sangriento y un
fantasma.
Tiene este jardín un
paseo tortuoso para los vivos. Aquí hay raíces que
respiran por los
resquicios de un mar de hojas
bajo el cielo.
En la oquedad de la luz
la esencia de la tierra resucita lenta. El llanto de la
vida es recuerdo amable
de la muerte:
los árboles sufren del
mal de los caídos en otoño.
Va cubriéndose el cielo
en un aleteo lento de lluvia y las gotas en cada huella
que trazamos
germinan desde lo
profundo de la tierra.
La vida es un carcelero
azul, un eterno corredor frondoso, un instante feliz
sobre la hierba.
EXPI[R]ACIÓN
Poco antes de morir me
dijo:
Es hora de saborear el
frío del invierno en nuestras bocas, de acariciar la
transparencia nevada del cristal con
la punta de nuestras lenguas.
Es hora de escribirle el
último poema a algún rezagado de la vida.
Es hora de cerrar la
puerta con siete cerrojos de silencio, con un punto y
aparte de nuestra
ausencia.
Es hora de poner una flor
en agua bendita detrás de la última vocal acentuada.
Es hora de embarcarnos
hacia las islas de poniente.
Es hora de ordenar las
mareas azules, las huellas que dejaron nuestros dedos
sobre el alma envenenada
de los vasos.
Es hora de buscar la luz
entre las cosas y tus labios.
Es hora de arrojar por la
borda el equipaje.
Es hora de irnos
con lo puesto.
EL
NIÑO QUE PERDIÓ SU INFANCIA
Tengo 12 años y un látigo
cargado en cada mano. Odio mi corta infancia de
niño
muerto.
Los muertos siempre
acaban amando su cruz, su mar, su calvario.
Yo no quiero amar mi cruz
ni mi calvario.
Mientras el camino se
estrecha, hay una escalera de aire húmedo que me lleva
hasta la muerte.
Atrás quedó el rumor del
agua, el golpear de los barcos de papel contra las
rocas,
atrás quedó la áspera
melodía de unas manos ante el dolor
de no ser acariciadas.
Odio mi corta infancia de
niño muerto.
Odio los templos, las
lonjas, los arcos de triunfo, las fustas sobre los
animales. Odio a los
mercaderes.
Odio cualquier
derramamiento de monedas para el perdón de los pecados.
Odio al padre.
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