Antonio Crespo Massieu (Madrid, 1951)
El día 14 de diciembre a las 20h. Sala de la Palabra. Teatro Liceo, tendremos nuestro próximo encuentro con: Antonio Crespo Massieu.
El día 14 de diciembre a las 20h. Sala de la Palabra. Teatro Liceo, tendremos nuestro próximo encuentro con: Antonio Crespo Massieu.
Es licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad Complutense y Diplomado en Estudios Portugueses por la Universidad de Lisboa. Desde 1997 es responsable de las páginas literarias de la revista Viento Sur, de cuya Redacción forma parte.
Ha publicado el libro de relatos El peluquero de Dios (Bartleby Editores, Madrid, 2009) y los poemarios: En este lugar (Fundación Kutxa, Donostia- San Sebastián, 2004) que obtuvo el “Premio de Poesía Kutxa Ciudad de Irún” en su XXXV edición, Orilla del tiempo (Germania, Valencia, 2005), Elegía en Portbou (Bartleby Editores, Madrid, 2011) , Los regresados (Ediciones 4 de Agosto, Logroño,2014) y Obstinada memoria (Amargord, 2015). Fue finalista del Premio Nacional de Poesía 2012 con Elegía en Portbou.
Autor de trabajos de investigación y de creación literaria que han aparecido en revistas como Anthropos, Revista da Faculdade de Letras-Universidade de Lisboa, Asparkía, La ortiga, Dossiers feministes, Diálogo de la lengua, El cielo de Salamanca, Riff-Raff, Cuadernos del matemático, cbn, situaciones, Viento Sur.
Poemas suyos han sido incluidos en numerosas antologías y libros colectivos. Entre ellos: La paz y la palabra. Letras contra la guerra (2003), Los centros de la calle (2008), Por donde pasa la poesía (2011), Voces del Extremo en Moguer, Béjar, Logroño y Madrid: Poesía y resistencia (Amargord, 2013), Imagina cuántas palabras (Alkibla, 2013), En legítima defensa (Bartleby, 2014), Marcada España (Amargord, 2014) y Disidentes (La oveja roja, 2015).
Cinema Paradiso
Allí residirá tu corazón como un huésped
ausente
Juan
Carlos Mestre
Recoge tu amor
huésped de las sombras
como el
horizonte acuna la nostalgia.
Y recuerda
siempre el origen del viaje
las blancas
velas tendidas al amanecer
y el asombro
infinito del grumete.
Fiel al origen
nunca pierdas
la primera
mañana del mundo.
Recoge tu amor
y no lo avergüences
con la traición
del olvido. La luz
del regreso
guíe siempre tus pasos.
Y vencido por
los años no olvides
nunca los ojos
encendidos del primer
asombro al izar
las cansadas velas.
Hagas lo que
hagas ámalo con pasión
con la terca
fidelidad del asombro repetido
y así nunca te
será arrebatado.
Ama tu infancia
perdida fábula
de fuentes
y las cosas los
objetos,
donde dejaste
tu huella
Ama tu tierra
el paisaje heredado.
Ama todo lo que
fuiste
lo que un día
amaste
cada minúscula
partícula de tu historia
y no olvides
jamás.
Pues en el
olvido yace la muerte
y por amar la
vida vives el sueño
de lo ya vivido
o apenas soñado.
Ama con pasión
cada minuto de tu vida
el milagro
repetido del instante
con los ojos
inmensos del primer asombro
Tal como amaste
cuando eras niño
grumete de
navegaciones imposibles.
Pues no es
nostalgia sino amor
lo que te empuja
frágil presente
eterno ya :
perenne fábula de fuentes.
Recoge con la
mirada y el pensamiento
los objetos y
déjalos descansar
ocupando su
sitio exacto en la memoria
para siempre
dispuestos compartidos
hermosamente
inútiles rescatados
del desastre
del olvido.
Déjalos
descansar en la alacena
del tiempo
vivido en el viejo aparador
de las horas
familiares.
Y no olvides ni
un sólo rostro
ni un cántaro
de barro fresco
ni un gesto
irrepetible de cariño
ni un absurdo
cachivache de cristal
de bronce o
porcelana.
No olvides el
amanecer en el campo
ni las noches
de verbena en la gran ciudad
nunca olvides
el milagro de la música
o la ropa
recién planchada bendecida
ritualmente
plegada en risas compartidas.
Rescata la
serena quietud del comedor
al caer la
tarde y la caricia necesaria
las risas
jubilosas y la hiriente melancolía
que nos
abrazaba en el silencio
y nos confundía
con la desnuda belleza
que queríamos
nuestra para siempre.
Recoge tu amor
huésped de las sombras
nunca
traiciones la primera mañana del mundo
pues todo lo
que tanto has amado
lo que quisiste
con la arrebatada pasión
de los sueños
intactos ya nunca
te será
arrebatado.
(De Orilla del tiempo, Germanía, Valencia,
2005)
EN LA FRONTERA DE LA LUZ Y LA HISTORIA
(Fragmento)
Lo que fue deslumbramiento casi adolescente.
Seguías entonces la palabra cálida y
exacta
del maestro, su clara mirada, entrabas
en el cuadro, en su misteriosa, diáfana
estructura,
las ocultas líneas que lo trazaban, el
volumen,
la composición, el secreto de las estancias,
los templos, la asombrosa levedad de cúpulas,
palacios, fachadas de iglesias, el populoso
rumor de plazas y mercados
con desmesurados ojos
descubrías mundo como si nos perteneciera
y la belleza fuera una herencia compartida,
desgranaban sus palabras un esfuerzo de
siglos,
la lenta pericia de los artesanos,
el minucioso estudio, el aprendizaje,
los talleres, las conquistas de la línea
y el color y tus ojos pendían del hilo
del tiempo que trazaba mundos, esferas,
posibilidades, armonía ,que leía, descifraba
la forma, los contornos, la revelación
o llamada que siempre permanece,
se ofrece y habla en el mudo muro,
en la abierta iluminada plaza que nunca se
olvida.
Así fue comprender tan temprano
y amar (saber que amor es una forma de luz)
la ternura de Fra Angelico en Milán
surgida tan de improviso en una escalera,
anunciación de vida o dorada dulzura,
o las paredes de un azul tan encendido
como presagio de fraternidad, lo que dejó
para siempre Giotto en Asis o el dolor
desgarrado, lívido, azulenco, insólita,
reiterada
perspectiva de muerte que vieras en Mantegna
(ese Cristo tan repetido, tan tendido, tan
asesinado,
Cristo de ojos abiertos, el de La
Higuera,
el mismo Cristo yacente, vejado, olvidado
de tantas escuelitas, calles, muros o cunetas)
el que yace en violento escorzo
como denuncia o grito, punto de vista
de los humillados, los que sufren
y no embellecen la muerte ni el espanto,
o lo que Leonardo sugiere entre penumbra,
lo tenue, semiborrado pero tan permanente
como la traición o el pan compartido.
Cómo olvidar lo que viste en Venecia,
la majestuosa quietud de la plaza,
la noche, los canales, el misterio del agua,
el húmedo verdín de la belleza,
los palacios, su reflejo cambiante,
el olor del tiempo, su envoltura,
lo que avanza en suavidad, las tersas, leves
ondas, los espejos de la Galería, el laberinto
de calles, de pérdidas, de encuentros,
o los tortuosos esclavos arrancados de la
piedra,
la inquietante belleza adolescente, el cuerpo,
el mármol, la logia de desnudos soportales,
el viejo puente al anochecer o la desmesura
de paredes transidas de luz acogiendo
todo lo posible, el minucioso relato, la
profecía,
el esplendor del juicio, la vida como temblor
de manos, leve roce, hálito que llega, yema,
uña o dedo que nace del tacto,
o la mujer desnuda surgiendo de las aguas,
sostenida en artificio, línea perfecta,
leve asombro que apenas el viento mueve.
A ti llegaba o tú llegabas, entrabas, te
perdías,
te ibas en lienzo, calles, plaza, puente,
en palabra, en belleza recibida, tiempo
heredado:
un cuadro es un mundo, un destino
que un instante de contemplación sella para
siempre
y nos abarca, nos envuelve, preludia nuestros
actos.
(De Elegía en Portbou, Bartleby, Madrid,
2011)
ESTREMECIMIENTO ANTE UNA COPIA DEL VERONÉS
La dulzura de
tu rostro desdice la historia.
Como una
caricia ausente de perdón
desciende la
luz y tiembla el misterio
de la inocencia
rescatada, pues la gracia ilumina
y la luz es
consuelo y niega la leyenda. Rescata
tu presencia,
salvada para siempre de la culpa.
¿Dónde, dónde
la culpa?
¿Acaso en la
estremecida fidelidad de amar
la belleza
irreductible del mundo ?
Tú fuiste
encendida pasión,
negación de
muerte, saber
que la carne es
misterio y esperanza.
Y mirar altiva
a quienes juzgan.
Conocer el
hondo silencio de la noche
y la promesa
repetida de las estrellas en Betania.
Y soñar,
aceptar la angustia de la negación,
el suplicio de
la llama que se consume esperando
la voz que nos
rescate del inevitable naufragio.
¿Cómo iban a
perdonarte tu amor y fidelidad,
la ardiente
pasión que puede rescatarnos ?
Y viviste la
muerte que todo lo negaba.
Testigo del
horror, ojos dilatados por el espanto
en la larga
noche de la ignominia,
cuando los
sueños yacen perdidos para siempre.
Sabías que todo
acababa en la noche
que presidía el
dolor del inocente y su voz
quebrada por el
abandono, inscrita en el
incesante
martirio de la historia.
Y todo
comenzaba:
de nuevo el
sinsentido, la víctima,
la eterna
víctima gritando su desconsuelo.
Y viste los
siglos, los infinitos muertos,
la inmensa
noche cerrada de la injusticia.
Amontonados
cadáveres, fosas indiferentes,
huesos rotos,
carne estremecida, hermosas rebeldías
sepultadas, y
un humo denso, irrespirable,
que ahuyenta
los pájaros, negando el cielo,
haciendo
indecible el espanto y la culpa
ya para todos y
siempre irreparable.
Pero era
necesario
rescatar la
esperanza, hacer
del futuro una
incierta promesa en que reconocernos.
Y por eso,
cumplido el sabbat, comprados los perfumes,
con Pedro y
Juan, acudió al sepulcro para ungir
de nuevo el
cuerpo amado.
Y negar la
muerte.
Alimentar una
rebelión de siglos, insomnes
y altivos,
estremecidos en la locura del grito
y la vigilia
del mañana, y decir que todo,
más allá del
horror, debe tener sentido.
Y por eso, ante
el sepulcro vacío, sólo ella
quedó
esperando, con lágrimas en los ojos,
mas esperando
todavía, tercamente esperando,
eternamente
esperando, pues sabe que su espera
es decisiva
encrucijada en que absolver el futuro.
Ella,
que sólo conoce
el amor, inmensa en un dolor
que atraviesa
los siglos, espera,
¿Sabe ella lo
que espera?
¿Acaso no
habéis visto esa mujer siempre
repetida en las
antesalas de los hospitales
o en los
lóbregos pasillos de los juzgados
o en las
desgarradas visitas de las cárceles?
Esa mujer que
detiene el tiempo, ensimismada
en su dolor, y
espera siempre, y frente
al quirófano,
cuando ya todo ha concluido,
se niega a
marchar y se aferra, y no grita
ni llora pero
permanece, como una muda
interrogación, intacta y pura en su dolor,
sin escuchar
las palabras de consuelo
o el apremio
del buen sentido. Irreductible
y silenciosa.
¿Y no recordáis
a la misma
mujer abrazada al cadáver mínimo
de su hijo,
camino de Tuzla, caminando
incansable
entre la nieve y el espanto,
amamantado el
frío despojo que se niega a abandonar?
Es la misma que
acude, rescatando
con su valor
silencioso la ignominia de tantos,
cada jueves,
día tras día, año tras año,
a la plaza de
Mayo y allí, orgullosa
en su dolor
resiste el frío y los insultos.
Y espera. Y su
eterna espera rescata
la dignidad del
mundo. Es la misma mujer
nunca vencida
que recorre interminables trenes
en la madrugada
y permanece siempre,
como un enigma
o una acusación,
a través de
siglos y paisajes.
Esperando
siempre ante el sepulcro vacío,
negando con su
presencia la historia y la muerte
el sinsentido
de un dolor sin horizonte.
Olvidada de
todos, sorda
a las razones
que justifican la derrota,
ciega en la
pasión que la consume,
reclinada en su
dolor extendido como un abrazo
sin límites.
Esperando sin saber que espera.
Doblado ante el
sepulcro su cuerpo es ya signo,
muda
interrogación que atraviesa los siglos.
Y así todo el
dolor del mundo, el infinito
espanto de la
historia, se ha hecho carne
en su frágil y
doliente figura que niega
la muerte y
suplica la humana esperanza.
¿Sabe acaso lo
que espera?
Qué absurda
tenacidad alimenta su dolor
reclinado en la
mañana.
Niega el vacío
y aguarda.
Y escucha dos
ángeles. Y ve un jardinero.
Y todo se
ilumina. Y proclama
la verdad que
la justifica:
la nada será
vencida. Aquí, en este vacío,
en el cuerpo
ausente de todos los inocentes.
¿Será vencida?
(De Obstinada
memoria, Amargord, Madrid, 2015)
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