Luis Ramos de la Torre nació en Zamora
(1956). Doctor en Filosofía, poeta y cantautor. Aparece en varias antologías, Todos de Etiqueta (Colección Barrio Maravillas, Junta de Castilla y León, 1986), Nacidos en los 50. Antología de poetas
zamoranos (Diputación de Zamora,
1998), o Voces del extremo 2012/16.
Especialista
en la poesía de Claudio Rodríguez sobre quien realizó su tesis doctoral, ha
publicado artículos en revistas culturales como Archipiélago, Revista de
Estudios Orteguianos, Aventura, Alfa,
República de las Letras, Zurgai, Duererías o Campo de Agramante. En colaboración con el profesor y novelista Luis
García Jambrina ha escrito Guía de Lectura de Claudio Rodríguez
y la edición de Claudio Rodríguez para niños ambos en (Ediciones de la Torre, 1988).
Ha
musicado y cantado poemas de Agustín García Calvo, Claudio Rodríguez, Isabel
Escudero, Jesús Hilario Tundidor, Pablo Neruda, y otros propios. En 2001 graba
el CD La canción que cantábamos juntos,
sobre poemas de García Calvo y Claudio Rodríguez; en 2003, graba el CD Por arroyo y senda sobre algunos poemas
del libro Valorio 42 veces de Agustín
García Calvo; y en 2007 graba el CD El
aire de los sencillo, dedicado enteramente a la poesía de Claudio
Rodríguez, y en el que aparece acompañado de cantantes como María Salgado y
Eliseo Parra.
En 2002 publica en la Editorial
Semuret Por el aire del árbol (Canciones y poemas desde los
niños) con prólogo de Agustín García Calvo y De semilla de manzana
(Recetario poético-musical) con prólogo de Miguel Manzano Alonso, ambos
ilustrados por Guillermo Tostón y Aser Martín. En 2015 con la editorial Baile
del Sol, publica el libro de poemas Entre
cunetas, dedicado a los muertos y las víctimas por exhumar. En 2017 con la
editorial PiEdiciones ha publicado el libro de poemas Nubes de evolución y el ensayo (en prensa), El sacramento de la materia (Poesía y salvación en Claudio Rodríguez).
Igualmente en 2017, saldrá a la luz su libro de poemas Del polen al hielo en la editorial Baile del Sol.
Poemas de Nubes de evolución
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LO ejemplar de la nuca,
la cal del beso,
su creciente crucial enarbolado.
Los eslabones altos de las articulaciones,
el aire inquieto, surco y hueco
de los labios en el cuello.
Llega un ruido cercano.
Queda
la orografía de la sombra
cobijándonos,
su líquido de luz telúrica
aun más entregado.
Y llega indemne lo que no se espera.
Y los dos, así de espaldas, callados y expectantes.
¡Tanta cercanía, tanto sosiego,
y a veces, solo a veces, cuánta soledad…!
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AMO lo levadizo de la flor,
su tempo,
esa elasticidad sin dudas,
que se alza como lo que se presiente,
y espero los vaivenes de la lluvia
acunada en las vainicas eléctricas del viento.
Las sienes de las hojas
intuyen sin confundirse el alzado
sencillo de la savia;
y brinca lo trémulo,
vibra
la hechura de la calma que tirita
en el deseo del que espera.
Igual en el amor y el sexo
No cabe preguntar:
Inútil es la prisa ahora,
días habrá, seguro, para el pensamiento.
Quisiera, levemente,
oír el sudor frío
y la deuda del fruto con la brisa;
y sin perder de vista el nudo de la luz,
deletrear el nombre de lo que perdura.
Hay un vacío mediado por la razón
que va quedando entre el querer y el aire.
Mas cuando llegas todo es apacible.
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NADA pasa porque sí, pasa
en el azar del aire,
en la carta sin muescas del oxígeno
que va marcándonos los días,
en las luces recientes
que brincan en los párpados.
Pasa y van creciendo sin prisa
los avisperos del recuerdo,
y entre pétalos huecos de ceniza
su barro de imágenes alza
el punzón de la espera.
¡Qué extraño confundir
el brillo de los días con la niebla,
los inviernos de entonces con el vuelo
de los grillos del alma cantando en el aire!
¡Qué extraño reconocer el susurro
de la muerte llamándonos,
mirándonos,
desde el atlas erguido de sus huellas más íntimas!
¿Qué veneno rondará la ventana
de la pobre tristeza,
si dejamos dormir las sonrisas aquellas
que el azar nos traía?
Nada pasa porque sí.
¡Nada!
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Y AHORA,
¿Quién podría sentirse capaz
de pilotar la ola
de la página en blanco?
¿Quién cambiar la
deriva
de la espiga en el aire?
¿Quién,
en esa barahúnda de la poesía sorda,
y a pesar de la sed y las claudicaciones,
podría nadar seguro en el delta
o el río de las palabras sencillas
y las otras,
las más comunes,
las que pocos consiguen adaptar
a los momentos necesarios?
¿Quién,
creyéndose a sí mismo,
baluarte creativo,
huella legítima,
podría deslindar,
-como si de una ciencia exacta se tratase-,
el camino acertado de la lluvia,
y dejar fuera del espacio de los versos
lo que queda sin querer entreabierto?
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EL liquen del deseo,
el amuleto del aliento,
la sugerencia
que el vuelo de las hojas en el aire
escribe en la mirada,
elevan el instante.
Alta la vida en el momento
en que la yerba sorbe de su sangre,
sorbe de la tierra
la materia eterna de la clorofila
y es del sol testigo.
Y son del sol,
las estrías del agua y la humedad
de las grietas que al aire vuelven fértil.
Suerte que aún nos sigan deslumbrando
la alegría en los labios de los niños,
y la greda limpia de la aurora,
más aún,
que ciertos aires puros engañosos.
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EN el borde de las sílabas,
en el abrazo de la voz
y el búho atento del sonido,
te mostraré el clamor
de la brisa emocionada.
Y te hablaré despacio
como quien muestra un ruego,
para que puedas escuchar
la música de las palabras.
Te entregaré el silencio,
y de su alivio el aire limpio
que deja tras su paso.
Y encima de la mesa,
te dejaré las alas
del pájaro del aliento que vuela
alegre conmoviendo la mañana.
Y volveremos a leer
las letras de las manos,
la partitura de las piedras
y el enigma que las mantiene
alzando orillas, ríos, aventuras.
Y buscaremos juntos,
como siempre,
la física de los secretos,
su métrica delirante y el hueco
del espacio en flor de la materia.
Y mientras tanto seguirá la vida
haciendo de las suyas.
Contaremos aves como números,
pájaros
diremos como sílabas de versos,
y hablaremos,
hablaremos tranquilos,
como florecen las acacias
entre páginas de estambres, nuevos y sin llanto.
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