Nacido en La Alberca, Salamanca (1956)Poeta, ensayista y etnógrafo. Entre sus obras poéticas destacamos: El tiempo que nos teje (1982), Un jardín al olvido (1987); accésit al premio Adonáis, Estelas (1995), Señales (1997) premio Gil de Biedma; De la intemperie (2004), Proteger las moradas (2008), Trazar la salvaguarda (2012) y su último poemario: La protección de lo invisible (2017). Algunas obras etnográficas: Fascinación del mundo, Motivos legendarios tradicionales (2006), Expresiones de la religiosidad popular (2010), o Leyendas de tradición oral en la provincia de León (2011), entre otras.
Como editor ha creado y dirigido las colecciones de “Pavesas. Hojas de poesía”, “Cuadernos del Noroeste” y otras. Ha co-dirigido en la Universidad de León la colección “Plástico& Palabra” y recientemente “Caligramas”.
Poemas de Un Jardín al olvido
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La ropa tendida
Subid,
subid a los terrados,
Asomaos
a aquellos cortinales,
Mirad
la ropa
Tendida
a la mañana, a la luz de noviembre,
A
un delicado sol que acaricia las telas.
Fijaos
cómo el aire orea los tejidos,
Cómo
en ondas los mueve
En
sutiles vaivenes, cómo diluye el agua
Su
líquida presencia.
Ved
esa algarabía de gozosos
Colores
Que
lanzan al espacio saludos naturales.
¿Quién
durmió en esas sábanas de lino?
¿Quién
la camisa limpia
Ensució
con el vino, con la cálida grasa
Del
cocido diario?
Tienen
los calcetines nostalgia de unos pies,
Del
calor de las botas
Que
abrigan sus dibujos. El alambre
Cómo
acoge la ropa,
Con
qué fervor la mece en la clara mañana,
Cómo
al aire la expone y la duerme en susurros.
¿Y
las mujeres tendiendo sus barreños
En
los balcones, en las azoteas?
Cómo
colocan amorosamente
Los
pañales del niño
Y
acarician las telas
Con
los escuetos labios de las pinzas;
Cómo
redimen la rutina en estas
Cotidianas
tareas.
Mirad,
mirad la ropa,
Ved
cómo con siseos nos saludan sus pliegues
Sintiendo
Cariñosa
nostalgia
De
nuestro cuerpo, nuestra piel, de nuestras formas.
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¿Qué
de nosotros está puesto a secar?
¿De
cuál de nuestras telas
Hemos
lavado las manchas del desánimo
Frotándoles
el limpio
Jabón
de la inocencia?
¿En
qué alambre se orean nuestros oscuros linos
Hasta
alcanzar al viento
Su
perdida pureza?
Elegía por «la
Luisa»
¿Quién
devoró tus manos para el polvo?
¿De
qué balcón colgaste
Las
sábanas blanquísimas
Estampadas
en tu cuerpo de verónica?
Lloran
las ventanas,
Las
paredes lloran.
Los
hijos que no has parido nunca
Invocan
tus senos de verdades
Rendidas
en la tierra
Ante
jacas infértiles,
Eternamente
locas.
Ya
no hay mañana para ti. Se fueron
Las
últimas estrellas de tus noches de agosto.
¿Cómo
te has muerto ahora
En
estas alcobas tan de barro,
Tan
de misterio, sin sangrar los besos?
Ya
no vendrán los pinos
A
llorar con sus larvas plañideras,
Ni
tu boca dirá las palabras de siempre.
Te
has ido
Y
parece que aún no habías llegado
A
anunciar por las calles
Tu
muerte vespertina.
Ya
no te morirás. Tu cuerpo aguarda
La
llegada de todos los veranos,
Del
otoño, del hielo. Tu semilla
La
tienes ya sembrada:
Recogerás
abrojos,
cardos,
olvido.
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Poemas de Un Jardín al olvido
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Caballos
Que vuelvan los caballos
Del tiempo a mi jardín,
Que pasten en las hondas
Praderas de mi pecho.
Nutre como la sangre
La roja hierba de mi corazón.
Siento aún el galope velocísimo
De esos latidos que me llevan siempre
A aquel jardín lejano,
A aquel espacio virgen
Lleno de castañares, de granito
De enciclopedias que atesoran
Los enigmas del tiempo.
Que vuelvan los caballos,
Tengo caminos para su galope
Que llevan a un jardín, a mi jardín
Con rosas de inocencia, con aromas
Que atraen las caracolas del recuerdo,
Tengo praderas en el mapa mudo
De la niñez,
Allí qué pastos hallarán, qué arroyos
En que abrevar felices,
En que calmar la sed
Del pasado, tan lejos;
Aún tienen hierba mis laderas prístinas
Y el agua de la vida aún las riega.
Que vuelvan los caballos
Del tiempo a mi memoria,
Que traigan los recuerdos
En alforjas de magia;
Hace tiempo que espero su galope
Por las secretas vías de mi infancia,
Hace tiempo que esperan mis oídos
Escuchar su galope;
Están de mi jardín las puertas bien abiertas
Y en las altas planicies de mi pecho
No existe ningún muro
Para impedir su paso.
Si vienen les daré las rosas de mi sangre.
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Poema de Paisaje de invierno
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Poema de Estelas
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Los bárbaros
Hoy
llegan los bárbaros
(Constantino
Cavafis)
Si
vinieran los bárbaros, qué bien,
Cuánto
desorden traerían,
Cuánta
vida en sus grupas,
Cuánto
nuevo perfume
Con
que orear las viejas convenciones.
Se
iría aburrido el tedio
Con
su amada rutina
A
otro reino, tan lejos...
Las
sedes de justicia y las magistraturas
(Tanto
estéril palacio
Como
habita en nosotros)
Se
esconderían lívidas
Ante
el vital galope de los bárbaros,
No
crecería la hierba de nuestro aburrimiento
Bajo
sus herraduras
Ni
ya la hipocresía reinaría en los rostros
De
tantos transeúntes.
Si
vinieran los bárbaros, qué bien.
Pero
el campo es estéril,
No
se divisa el polvo de las huestes
Ni
se oyen sus galopes.
Dicen
que ya no hay bárbaros,
qué
pena...
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Estela para madre que zurce calcañares de calcetines
Umbral
entre cocina y campocasa:
Sentada
en silla zurces
Bajo
una luz tan pobre
Que
da al oscurecer el encargado.
Una
única bombilla
Rescata
los rincones de las sombras,
Bombilla
en el umbral de ese espacio tan nuestro,
Y
tú bajo su luz repasas calcetines.
Escena
en la memoria
De
anunciación sin ángel:
No
hay arcos palaciegos
Ni
ropajes bordados con la gula del oro
Ni
siquiera las alas dibujan el espacio.
Es
otra anunciación:
La
de un tiempo zurcido con hebras de pobreza,
La
de una luz que enturbia
Y
emborrona las músicas del alba.
Con
el cincel del corazón
Grabo
esa estela tuya
Que
ya nos pertenece.
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Poema de Las sílabas del mundo
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Agnus Dei
(Zurbarán, Museo
del Prado)
Sigue
el cordero ahí,
En
espacio esencial ante tiniebla,
Sobre
una mesa gris, ara del mundo.
Tan
quieto y maniatado,
Nos
pide la piedad
Con
un silencio blanco que apacigua.
Siempre
fue de los mansos
El
espacio letal del sacrificio,
Esa
entrega al dolor
En
busca de un sentido que se escapa
A
la gula voraz de los verdugos.
Invócanos,
cordero,
Desde
lo indescifrable de tu estar
De
otra manera.
Ten
piedad de nosotros,
Que
vivimos de espaldas al sentido
Que
tú transmites con tu mansedumbre.
Pide
que desatemos
Las
cuerdas de tus patas maniatadas.
Ya
no podemos soportar
Ese
estado de gracia que te inviste,
Ese
tu estar ajeno
A
la atadura que hoy el mal del mundo
Te
tiene colocada.
Ya
no sabemos invocarte,
Tampoco
soportamos
Tu
súplica callada,
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Tu
gracia, tu quietud, tu mansedumbre,
Tu
silencio, tu entrega, tu dolor...
Cifrados
en el ser de la blancura.
Ten
piedad de nosotros.
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Poema de Topografía de la herida
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Cucharilla
Para Ana y
Pablo.
A
diario disuelvo
En
mi café el azúcar
Con
esa cucharilla con la cual mis dos hijos
Tomaban
la papilla cuando eran
Muy
niños todavía, tiempo de oro,
Que
sigue en el cajón de la cocina
Con
su brillo de siempre,
Con
su inocencia, ay, también de siempre;
Y
la llevo a mi boca
Con
las gotas calientes de café,
Con
las gotas calientes
Aún
de aquellos días
Que
en mí siguen tan vivos
Porque
es la matria de ellos.
Y
llega al paladar,
Al
cielo de mi boca ese consuelo,
Ese
amor que se encuentra
En
haber compartido la cuchara
Para
alzar la papilla o el café
Hasta
el cielo mejor de nuestros días.
A
diario necesito
La
infancia de mis hijos, la disuelvo
Como
azúcar lograda en mi café;
Saco
la cucharilla
De
ese cajón que se halla
Tan
vivo en mi memoria,
Y
doy vueltas al vaso
resuena
el cristal, su transparencia,
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Como
en los días claros, tan hermosos.
Y
papilla o café
Dan
lo mismo, que todo
Se
nos vuelve nutricio si sabemos
Despertar
su sentido, llegar al corazón.
A
diario disuelvo
Mi
vida en lo que amo.
Nunca
me faltará
La
mejor cucharilla.
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