El día 10 de octubre a las 20h. Sala de la Palabra. Teatro Liceo, tendremos nuestro próximo encuentro con: Mª Ángeles Pérez López.
Valladolid, 1967. Poeta y profesora titular de Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Salamanca. Ha publicado los libros Tratado sobre la geografía del desastre (1997), La sola materia (Premio Tardor, 1998), Carnalidad del frío (Premio de Poesía Ciudad de Badajoz, 2000), La ausente (2004), Atavío y puñal (2012) y Fiebre y compasión de los metales (2016).
Diversas antologías suyas han sido editadas en Caracas, Ciudad de México, Quito, Nueva York, Monterrey y Bogotá. Está en prensa una antología de su obra en La Habana.
FIEBRE Y
COMPASIÓN DE LOS METALES, Ed. Vaso Roto, 2016
[Tijeras
que no]
Tijeras que soñaron con ser llaves
acercan su metal hasta la llama
y lloran aleación incandescente,
el filo en que florecen las heridas
sobre el silbido agudo del acero.
En su silueta par, en su desdoble
de dedos que saltaron por el aro
como animales tristes y obedientes,
las tijeras se niegan al destino
de amputar la memoria de la lana
y el cordón que nos ata a los
relámpagos.
Ellas cortaron días y raíces,
el estupor carnoso en las cerezas
con su gota de luz para encender
la boca de los pájaros, el hilo
que sostiene prendidas las palabras
dignidad, avellana, compañero
y el vientre del pescado en que se oxida
la llave de los vientos y el fulgor.
Tijeras que cortaron los mechones
de pelo de los niños en la inclusa
y el fino filamento del wolframio
que amparaba la noche de zozobra.
Tijeras que no quieren ser tijeras
y acercan hasta el fuego su pesar
para romperse ardiendo contra el yunque
y al disolver su nombre en los
rescoldos,
abrir el corazón y sus ventanas.
……………
[Cuchillo]
El carnicero afila su cuchillo.
Despliega el sucio mapa del despiece,
la palabra animal y su temor,
sus sílabas cortadas con certeza
como si se pudiera destazar
un sustantivo (cerdo, pollo, vaca)
sin que la sangre cubra las paredes.
Como si se pudiera estar pensando
en la dulce armonía de la esfera,
en el amor al número y al cosmos
mientras se hunde el cuchillo para abrir
incisión y templanza entre la carne.
Cicatriza la sal sobre esa herida
y así el hambre conserva el desconsuelo
de ampararse en la limpia tajadura,
en la hoja de metal y de papel
que se salpica en todos los oficios
y es la degollación del inocente.
Tiembla la mano que ha de ser exacta.
Si escribe carnicero. Si inocente.
con Federico, todavía
[La
sinagoga]
La sinagoga convertida en matadero,
el pan en estropajo, el Nilo en sangre,
la campana en gemido del ganado,
los libros en ceniza y herradura.
El agua convertida en vidrio enfermo,
la pared en sudor y reservorio
donde tiemblan cordero y matarife,
la sala de oración de las mujeres
en despensa de carne desollada
que gotea despacio su temor.
Y la llave, expulsada de su puerta
–el dintel ojival que abría el mundo–,
expulsada también del yunque ronco
y la herida esponjosa en la que el barro
arrancó su carnaza y compasión,
arrojada a su veta de metal,
carbonato insoluble, enfebrecido
que escribe soledad en otras lenguas.
Umbrales de la llaga. Cerraduras.
en Valencia de Alcántara
en la diáspora
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