Encuentro Literario con Isabel Castaño

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Nuestro próximo encuentro literario será con Isabel Castaño el próximo miércoles 9 de diciembre a las 20:00 horas. Tendrá lugar en la Sala de la Palabra del Teatro Liceo gracias a la colaboración de la Fundación Salamanca Ciudad de Cultura y Saberes.
Mi nombre es Isabel Castaño, nací hace 59 años en Salamanca y, en cuanto pude, me escapé a vivir a la antigua casa de la escuela de Rodasviejas, junto a una madre casi centenaria, mi pareja, mis tres hijas y dos perros. Todos y cada uno de ellos son, para mí, un tesoro.
En nuestra casa hay un mueble fundamental: la mesa camilla, alrededor de la cual nos calentamos, comemos, charlamos, discutimos, estudiamos, cosemos, dibujamos, escribimos, dormitamos, leemos o escogemos lentejas. El resto de la casa no tiene, ni por asomo, tanto poder de convocatoria en común. Y fue aquí, junto a la mesa camilla y sus faldillas que fueron germinando poco a poco cada uno de los tautogramas que dieron como cosecha 22 granos de arroz (Ediciones de Vacas y Castaño, 2012), y partí de las greguerías  del maestro Gómez de la Serna para componer Flor de todo lo que queda (Edelvives, 2012). Soy autora también de los libritos de minificción  Pájaros viejos y otros náufragos (2006) y de Hilos (2007). También soy coautora, junto a Raúl Vacas, del librito Corte y Confección (2002). 
CARTEL ISABEL CASTAÑO web cubo



A de Animales
II
En el cañón de cada pluma de ave hay alma de vuelo. • La paloma tiene bajo las alas calorcillo y cosquillas de niña. • La garza, con su melena de plumillas a los lados de la cabeza, parece un violinista que se pasea con el violín bajo el brazo. • El águila amenaza desde el cielo a la tierra como el arco tenso con la flecha preparada. • El pájaro que come mariposas siente que vuela más ligero. • El ruiseñor… No, del ruiseñor no se puede ni se debe decir nada. • No olvidéis que el ruiseñor, para que cante bien, necesita comer corazón.
(Flor de todo lo que queda / Greguerías de Gómez de la Serna / Selección y tratamiento de las greguerías, de Isabel Castaño. Ilustraciones, de Pablo Amargo. Prólogo, de Raúl Vacas. Editado por Edelvives, Colección Adarga)
Las criadas marinas
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Antiguamente, la captura de las criadas marinas se hacía habilitando molinos de viento como señuelo. Para ello se tendían en sus aspas redes bordadas con alga verde y cristalitos de mica. Dado que eran cortas de vista confundían los molinos con los faros del mar, la mica con las escamas y las redes con guirnaldas de bienvenida.
Las que venían del sur tenían la piel y las pestañas cubiertas de sal, la risa floja y el genio enrabietado y pasajero. Contraindicadas donde hubiera niños rebeldes y contumaces, era bueno hacerse con ellas en caso de enclenques y paliduchos porque bordaban los huevos con puntillas y le daban un punto especial a las patatas.
Las norteñas, apreciadas por su rectitud, eran más góticas, con el pico de aguja y manos con tacto de madera sin desbastar. Poco proclives a los arrumacos y ternuras, conseguían sin embargo buenos resultados con los niños tardíos y tropezones en el hablar, a los que engatusaban con su lenguaje extraño y como de pájaro.
Prisioneras desde hace décadas, unas y otras habitan las cocinas modernas y, aunque desocupadas y relegadas al olvido, se las ingenian para no perder la memoria que las oriente de nuevo hasta el mar; y para recordar el cielo, se asoman a los restos del té que toman las señoras y contemplan las nubes de leche que flotan en la superficie; y si lo que añoran es el agua, convierten en batiscafo los saleros.
Y de entre todos los días, prefieren aquél en que sus dueños cenan pescado. Esa noche perfuman su cuerpo con la grasa de los platos y ensartan escamas en las espinas para contar los días que llevan de servidumbre, pero cuando consiguen la espina más aguzada y curva la esconden bajo el jergón. Y sueñan que pronto la utilizarán como puñal y ganzúa.
(Manual doméstico, de Isabel Castaño. Ediciones de Vacas y Castaño. Ilustración, de Elena Náyade)
Ofelia
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Nunca la noche estuvo tan hermosa como cuando la tísica flotó, aguas abajo, escoltada por un banco de sardinillas que jugaban a pasar entre sus dientes tan blancos; con los cabellos enredados de algas y lotos y los brazos extendidos como alas.
Sin embargo, el forense indicó a los guardias que impidieran a la gente acercarse por miedo a que la muerte les contagiara su estética; o, en las noches venideras, se las pasaría levantando cadáveres en un pueblo tan impresionable.
(Pájaros viejos y otros náufragos, de Isabel Castaño. / Ediciones de Vacas y Castaño. Ilustración, de Thomas Rowlandson.)













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